lunes, 15 de julio de 2013

Los filósofos más importantes de la edad media-moderna

Estos son: -Descartes: Tras el hundimiento de la filosofía aristotélico-tomista, el ob­jetivo fundamental de Descartes es encontrar un método que, partiendo de una serie de reglas, garantice el razona­miento correcto y la reconstrucción de todo el saber huma­no. Las reglas de dicho método son las siguientes: 1. Regla de la evidencia, que exige rechazar cualquier idea que no sea clara (es decir, indudable) y distinta (imposi­ble de confundir con ninguna otra). Se llega a la eviden­cia, bien por intuición, o visión intelectual directa de una verdad (como los primeros principios del razona­miento), bien por deducción, que permite derivar una serie de consecuencias necesariamente ciertas de tales principios intuitivamente evidentes. 2. Regla del análisis, que consiste en reducir lo complejo a sus componentes más simples, que pueden conocerse in­tuitivamente. 3. Regla de la síntesis, por la cual, partiendo de los elemen­tos simples, conocidos por intuición, se construyen argu­mentos o deducciones más complejas. 4. Regla de la enumeración, en cuya aplicación se revisan todos los pasos dados para comprobar que no se han co­metido errores en el razonamiento. Seguidamente, Descartes aplica el método a la metafísica, raíz del «árbol de las ciencias», para averiguar si existe una primera verdad absolutamente cierta, sobre la que elevar el edificio del conocimiento. Para ello, plantea la duda metódica, que consiste en cues­tionar todos nuestros conocimientos a fin de hallar alguno que sea seguro e indubitable. La duda metódica tiene cuatro niveles: 1. Desconfianza del conocimiento aportado por los sentidos: como estos nos engañan muchas veces, suscitando ideas oscuras y confusas, podrían engañarnos siempre. 2. Confusión entre el sueño y la vigilia: los sueños no se dis­tinguen a veces de la realidad, de manera que toda la rea­lidad muy bien pudiera ser ilusoria. 3. Hipótesis del “Dios engañador”: los razonamientos matemáti­cos siguen teniendo validez, incluso en sueños, pero quizá Dios nos ha creado de tal manera que nos engañemos siem­pre, incluso en los razonamientos más evidentes. 4. Hipótesis del “genio maligno”; aun suponiendo que Dios no puede engañamos, porque es bondadoso, podría exis­tir un espíritu malvado que se divirtiese haciéndonos errar cada vez que razonamos. Sin embargo, aunque la duda parece haber eliminado todos nuestros conocimientos, incluidos los matemáticos, en el acto mismo de dudar aparece algo que resiste cualquier duda: si el sujeto duda, es que piensa, y, si piensa, es que existe. «Pienso, luego existo» (“Cogito, ergo sum”) es la primera certeza indubitable de la metafísica. Descartes define el yo como una sustancia pensante, en la que hay ideas, voluntades y juicios (que son los que pueden conducirnos a error). A su vez, las ideas son de tres clases: adventicias, facticias e innatas. Son adventicias aquellas ideas que parecen provenir de los objetos exteriores; las facticias, las crea nuestra imaginación, y las innatas, en cambio, pare­cen ser connaturales al sujeto (por ejemplo, el yo). Ahora bien, entre las ideas innatas encontramos una muy es­pecial: la de un «ser infinitamente perfecto» (Dios), que no puede haber sido creada por el yo, ya que este es finito e imperfecto, de manera que esa idea ha tenido que ser pues­ta en el sujeto por un ser realmente infinito, con lo que que­da demostrado que Dios existe. Descartes añade otras dos demostraciones de la existencia de Dios. La primera es una variante del argumento ontológi­co de San Anselmo: dado que el yo tiene en su mente la idea de un ser infinitamente perfecto, ese ser tiene que incluir en­tre sus perfecciones la de existir necesariamente. La segunda es una variante de la vía tomista de la contingen­cia: si el yo se hubiese dado a sí mismo la existencia, se ha­bría dado todo tipo de perfecciones, entre ellas, la de existir necesariamente, pero se sabe finito, imperfecto y contingen­te; por tanto, ha tenido que haber sido traído a la existencia por otro ser, que puede ser contingente (sus padres, por ejemplo) o necesario. La cadena de seres contingentes no puede ser infinita, pues entonces el yo no existiría actual­mente, pero como sí existe, ha de haber un ser necesario, Dios, que lo ha creado y lo mantiene en la existencia. Dios, como ser infinitamente perfecto, tiene que ser bondado­so y no puede engañamos: Él garantiza, pues, que el mundo exterior existe y que la ciencia matemática que se ocupa de él es verdadera (siempre que sus razonamientos se ajusten a las reglas del método). La metafísica cartesiana distingue tres sustancias: la infinita (Dios), la pensante (almas) y la extensa (cuerpos físicos). Antropología La antropología cartesiana es dualista. En el hombre hay que distinguir el alma (inmortal), caracterizada por el pensamien­to, yel cuerpo (que es material y se caracteriza por la exten­sión). Son independientes, no se necesitan para existir. El cuerpo es una máquina compleja, construida por Dios. La separación entre alma y cuerpo plantea el problema de la co­municación entre las dos sustancias, resuelto por Descartes mediante la glándula pineal, punto de contacto entre ambas.
-Kant: Nació en Kónigsberg en 1724 y allí murió en 1804. Entre sus principales obras destacan "Crítica de la razón pura", "Fundamentación de la metafisica de las costumbres" y "Crítica de la razón práctica". En él influyeron considerablemente el racionalismo de Wolff, el empirismo de Hume y la ciencia fisico-matemática de Newton. En la "Crítica de la razón pura" Kant se propuso establecer el valor y los límites del conocimiento verdadero y universal, del conocimiento científico. Dice que el conocimiento científico se halla integrado por juicios sintéticos a priori; en cuanto sintéticos aumentan nuestro conocimiento del sujeto, dan a conocer algo; en cuanto a priori son necesarios y universales. Estos juicios son posibles en las matemáticas y la física porque tienen una materia y una forma. "Materia" son los datos de la sensación que, desde el punto de vista científico, se ofrecen como un caos confuso." Forma" es lo que pone el sujeto en el objeto para poder conocerlo: el objeto es conocido con la forma. "Forma a priori" es lo que pone el sujeto en el juicio para ordenar el elemento material dándole a la vez necesidad y universalidad. Tanto la materia como la forma constituyen una parte del objeto, el objeto conocido o fenómeno; hay en el objeto otra parte, lo "en sí", sin forma, que es incognoscible y que se llama "noúmeno", pero que puede ser pensado. En la parte llamada "Estética trascendental" Kant demuestra que la matemática es posible como ciencia porque sus juicios tienen una materia (los datos de la experiencia sensible) y dos formas a priori de la sensibilidad, llamadas intuiciones puras (espacio y tiempo). En la parte llamada "Analítica trascendental" se establece la validez científica de la física mediante la materia sensible (el fenómeno) y las formas a priori del entendimiento (las categorías: esencia, existencia, causalidad, necesidad, ... ) En la parte llamada "Dialéctica trascendental concluye que no es posible la metafísica como ciencia porque las formas a priori de la razón o ideas (alma, mundo, Dios) no pueden aplicarse a ningún dato material sensible. En la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" y en la "Crítica de la razón práctica" Kant examina la posibilidad de una ley moral universal y llega a establecer como postulados la existencia de Dios, la libertad y la inmortalidad del alma. Parte del hecho de la existencia en la conciencia de una serie de normas que dirigen la conducta mediante imperativos. Distingue entre norma subjetiva (máxima) y norma objetiva (ley universal) y entre imperativo hipotético (que obliga condicionalmente) e imperativo categórico (que obliga sin condiciones, absolutamente). La moral que se rige por imperativos hipotéticos es heterónoma y material, sus normas son subjetivas, no universales. La moral que se rige por el imperativo categórico es autónoma y formal: la voluntad se pone a sí misma la ley, sin depender de nada ajeno a ella, por lo que esa ley sólo puede ser formal, sólo puede expresar cómo debe ser la máxima para que sea ley, no lo que hay que hacer en concreto. Y sólo la voluntad que se da a sí misma la ley es libre. En seguir esta ley autónoma está el bien: una voluntad es buena cuando sigue su ley. La virtud y la felicidad radican en esta autonomía de la voluntad.
-Tomas de Aquino: Frente a la doctrina de la doble verdad de los averroístas lati­nos, Santo Tomás sostiene que la verdad es única, aunque se puede conocer de dos maneras: por la razón y por la fe. La razón conoce a partir de los datos de los sentidos; en cam­bio, la fe conoce partiendo de la revelación divina. En con­secuencia, ambas son independientes. Las verdades de fe, o verdades reveladas, sobrepasan la ca­pacidad de la razón humana y las estudia la teología; no pueden demostrarse racionalmente y han de ser aceptadas sin discusión, porque emanan directamente de Dios. En cambio, las verdades de razón, es decir, las verdades de la filosofía, sí pueden ser comprendidas por el entendimiento humano y son demostrables racionalmente. Además, existen algunas verdades que la razón puede demos­trar, pero que Dios ha querido revelamos: los preámbulos de la fe. En este terreno confluyen la fe y la razón, y la teología puede utilizar esta última para conocer la verdad revelada (teología natural). La filosofía está, por tanto, al servicio de la teología, y como la verdad es única, la filosofía y la razón se equivocan si llegan a conclusiones incompatibles con la fe. Filosofía y Teología deben colaborar mutua­mente. La Teología debe aprovecharse de los méto­dos racionales para hacer más claras y compren­sibles las verdades de la Fe. La Fe «busca al enten­dimiento». Y la Filosofía debe dejarse ilustrar por la Teología y por sus verdades de Fe para completar el conocimiento limitado, propio de la razón hu­mana. La razón «busca a la Fe». Una de las verdades reveladas por la fe, pero susceptible de demostración racional, es que Dios existe. Para demostrado Santo Tomás propone una demostración a posteriori, que parte de los sentidos, y que va del efecto (los seres del mundo) a la causa que los ha producido (Dios). Tomás de Aquino ofrece cinco demostraciones de la existen­cia de Dios, las cinco vías, que comparten la misma estruc­tura: 1) se parte de un hecho de la experiencia; 2) se aplica el principio de causalidad, advirtiendo que no puede haber una serie causal infinita; 3) se concluye que ha de existir un ser originario, que es el que da lugar a toda la serie: Dios. Las vías son las siguientes: 1ª por el movimiento: va desde el movimiento del mundo al primer motor inmóvil; 2ª por la causalidad eficiente: va desde las causas subordinadas hasta la primera causa incausada; 3ª por la contingencia: va desde los seres contingentes del mundo hasta un primer ser nece­sario; 4ª por los grados de perfección: va desde los grados de perfección del mundo hasta un ser infinitamente perfecto; 5ª por la finalidad y el orden cósmico: va desde el orden y la fi­nalidad del mundo hasta una primera inteligencia ordenadora. Dios es el Ser. Sólo por analogía decimos que todo lo que El creó, o sea, los entes, tienen ser, por­que han recibido de Dios todo lo que son: su esen­cia y su existencia. El ser (o sea Dios), origen y causa de todo: - Es necesario: tuvo que existir y exististirá SIempre. - Tiene todas las perfecciones en grado infi­nito. - No tiene composición (acto-potencia, subs­tancia-accidente, esencia-existencia). - Es inmutable. Para resolver el problema de la creación, Santo Tomás distin­gue entre esencia y existencia, esto es, entre la naturaleza de un ser, entendida como simple potencialidad o posibilidad (esencia), y su existencia efectiva, en acto. En Dios, esen­cia y existencia se implican mutuamente, porque su naturale­za implica existir necesariamente, ya que es un ser infinitamen­te perfecto. En cambio, los demás seres son contingentes: su esencia no implica necesariamente existir, y, por ello, "partici­pan» de la existencia gracias al acto creador de Dios. Por la creación Dios sacó a los entes de la nada, como nos enseña la Revelación. Con e! acto creador Dios no perdió nada de su esencia, sino que se dis­tingue esencialmente de las criaturas o entes. Las criaturas o entes participan de! ser de Dios sólo en e! sentido analógico: son algo y tienen perfecciones pero, como acabamos de ver, esencialmente distin­tas de las de Dios (los entes son contingentes, com­puestos, mutables). Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás concibe al hombre co­mo una única sustancia, compuesta de materia (cuerpo) y forma (alma racional). No obstante, frente a Aristóteles, y de acuerdo con el cristianismo, mantiene que el alma humana es inmortal. El hombre es la más importante de las criaturas por su alma racional y espiritual. Dios creó e! alma de cada hombre singularmente. Por su alma, el hombre es imagen y semejanza de Dios. El Alma es la forma sustancial del cuerpo, esto es, aquello que hace que e! hombre sea lo que es en todas sus di­mensiones: espirituales, corporales, sensitivas, etc. El alma forma con e! cuerpo una unidad sustancial. El hombre tiene sólo un alma que es de natura­leza intelectiva. Virtualmente tiene funciones sensitivas y vegetativas confiriendo así la unidad sustancial al hombre. El ser y el obrar del hombre adquieren unidad y coherencia en virtud de que el alma es única e impone la unidad a todas las opera­ciones humanas. El alma es inmortal por dos razones: • Porque ella fue creada directamente por Dios y no tuvo origen o generación corporal. Por eso sólo Dios podría «destruir» el alma. • Porque es espiritual y no depende para su subsistencia del cuerpo ni de sus funciones, aunque esté unida substancialmente al cuerpo. La teoría del conocimiento tomista, basada, asi­mismo, en Aristóteles, entiende el conocimiento como un proceso de abstracción, por el que el alma desmaterializa las formas inscritas en la materia, colaborando en dicho pro­ceso, por este orden, los sentidos, la memoria, el entendi­miento agente -que abstrae las formas-, y, por último, el entendimiento paciente, que recibe la especie o forma inteli­gible y conoce el concepto general. Hay que distinguir: • El conocimiento sensible: que proviene de las sensaciones de nuestros sentidos (vista, oído, tacto, etc.). Este conocimiento es siempre de cosas par­ticulares y de cualidades sensibles. Se fija en los ac­cidentes o apariencias directas (sensaciones) de las cosas. No puede formar conceptos universales: ár­bol, hombre, justicia, flor, etc. Sólo nos da cuenta de «este hombre» de sus cualidades sensitivas, etc. • El conocimiento intelectual: Es obra del en­tendimiento. Es un conocimiento universal o por conceptos (árbol, hombre, etc.), no sensible porque ya no necesita de la imagen de las cosas ni de su presencia física. Para Santo Tomás el conocimiento intelectual se forma a partir del conocimiento sensible, del modo siguiente: a) Los sentidos son el origen del conoci­miento en cuanto que ellos captan las cualida­des sensibles de los objetos (conocimiento sen­sible). b) La imaginación forma una «imagen» o re­producción intelectual de las cosas a partir de lo que los sentidos le ofrecen. Las imágenes no son to­davía conceptos porque están elaboradas con los datos sensibles. La imagen de este o de aquel objeto (árbol, flor, hombre, etc.) no es un concepto. c) El entendimiento forja un «concepto» uni­versal a partir de las imágenes prescindiendo de sus cualidades sensibles, materiales y particulares para retener sólo la esencia universal de las cosas: árbol, flor, hombre, etc. Estos son los conceptos (=conce­bidos). En cuanto que el entendimiento es su autor le llama Santo Tomás entendimiento agente. En cuanto que los conceptos quedan «impresos» en el entendimiento, le llama entendimiento paciente. La abstracción es este proceso por el que el en­tendimiento forja los conceptos universales «abstra­yendo», esto es, dejando de lado lo sensible, lo par­ticular y lo imaginativo (atributos del conocimiento sensible). La abstracción es, pues, el proceso por el que se pasa del conocimiento sensible al inteligible. La ética de Tomás de Aquino es teleológica: nuestros actos tienden a un fin último que aparece como un bien deseable, la felicidad, que se adquiere mediante el ejercicio del alma racional (el conocimiento y la virtud). Puesto que Dios es el bien supremo, y el conocimiento de Dios, el más elevado al que puede aspirar el hombre, una vida dedicada a la bús­queda y al conocimiento de Dios será la más perfecta y feliz para el ser humano. La consideración tomista del hombre tiene su más importante repercusión en todo lo que hace referencia a la cualificación de los actos humanos. Esta cualificación (de lo óptimo a lo pésimo, con todas sus gradaciones) es lo que llamamos mora­lidad. Sus ideas principales son: a) El hombre es libre. La libertad es una pro­piedad de la voluntad humana. La voluntad es la fa­cultad que «apetece el bien». b) Los actos humanos son aquellos que se rea­lizan conscientemente. De estos actos e! hombre es responsable. c) El fin último de! hombre es la posesión de Dios, soberano bien. Todos los demás fines de las acciones humanas deben encaminarse a este último objetivo. El mal moral consiste en no proponerse como fin último la posesión de Dios. d) Para lograr este objetivo el hombre debe cumplir lo que impone la ley natural, que es la pre­sencia en la naturaleza humana de la ley eterna. La ley eterna es e! designio de Dios sobre los seres naturales, esto es, lo que Dios impuso como fin de to­das y cada una de las naturalezas creadas. e) La ley natural impone «hacer el bien y evi­tar el mal». Este precepto se concretiza en el hom­bre como conciencia moral u obligación de hacer ciertas acciones y evitar otras. La razón humana está capacitada para distinguir estos preceptos de la ley natural. La razón es, de hecho, la que impone cuáles son los contenidos de la ley natural en cada caso. f) La ley positiva, es el mandato razonable promulgado por la autoridad competente en orden al bien común de una comunidad o sociedad. El hombre está obligado a cumplir las leyes positivas justas. Y son justas todas aquellas leyes que no con­tradigan la «ley natural». g) La Ley positiva es el medio para que el Es­tado procure el Bien común, que es su objetivo. La Autoridad civil debe ordenar todo para alcanzar el bien común de los ciudadanos. h) Para lograr el bien común debe buscarse la paz, el buen obrar de acuerdo con la ley natural (moralidad) y los medios necesarios para vivir. Las leyes tienen así que procurar estos tres objetivos. Si no los procuran son «leyes injustas» y no se está obligado a obedecerlas. La autoridad que promulga «leyes injustas» se convierte en tiranía y el ciuda­dano no debe obedecer al tirano, sino derrocarlo cuando hay garantía de que su derrocamiento no va a causar males mayores. Aunque Santo Tomás, como todos los medieva­les, entendía que la autoridad, también la civil, vie­ne de Dios, no justifica la tiranía.

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